Análisis de "Mi tío de Lima"
Consigna: Buscar cuentos en la web de los escritores de las autobiografías, elegir uno que les guste especialmente y postearlo en el blog. Comentar qué les llamó la atención del cuento: procedimientos, trama, intriga, algo que los dejó pensando. Traten de describirlo específicamente. Qué tomarían prestado para un cuento propio.
Análisis
El cuento que elegí para este análisis fue el cuento “Mi tío de Lima” de Hebe Uhart. La razón por la cual elegí este cuento entre todas las otras opciones es que tiene muchos aspectos que me recuerdan a mis propias experiencias. Siempre está bueno cuando uno encuentra una historia que te hace revivir ciertos momentos de tu vida, y Hebe hace exactamente esto.
Tengo muchos familiares de España. La mayoría los vi solo una vez en mi vida. La manera que Hebe Uhart describe el encuentro entre la madre, Emilia, con su primo: “Finalmente mi mamá salió, ya con cara de recibir visita. La cara de visita era para todos igual: afable, cortés, casi siempre desenvuelta, como si de antemano descontara que iba a recibir un gran placer. Con esa misma cara recibía a una amiga íntima y también a la señora de Bastión, que tenía un hijo mogólico de 40 años y explicaba minuciosamente cómo le cortaba la carne en pedacitos para que no se atragantara.”; es la misma manera que yo recuerdo saludar a mis familiares. Es la manera que creo q todos saludamos a las personas en general, con el hecho de simplemente saber quiénes son ya uno se siente obligado a ser cortes y actuar como si los conociera de toda la vida. Se trata de buscar el vínculo para que no haya tensión en la conversación.
El cuento está escrito de manera tal que uno se siente invitado a seguir leyendo porque no tiene palabras complejas ni muy difíciles de entender. Supongo que eso debe al hecho de que fue diseñado para que lo publiquen en La Nación, un diario, y la idea es que la mayor cantidad de gente lo lea. La autora da a entender que ella espera que este cuento llegue hasta sus familiares de Perú para poder volver a tener contacto, debido a que perdió sus números de teléfonos. Como dice ella, “Vaya esta botella al mar, por si acaso.”
Otra característica que me parece importante mencionar es que l título “Mi tío de Lima” genera una idea en el lector que es, en mi opinión, exactamente lo que se ilustra en el cuento. Si uno lee la historia separado del título y tiene que elegir entre varias opciones de títulos cual es el adecuado, estoy segura de que la mayoría de la gente elegiría el adecuado. El Tío es un personaje que tiene relevancia a lo largo de todo el cuento.
Mi tío de Lima – Hebe Uhart
¿Con quién vives ti?
Con mi mamá, mi papá y mi abuelita-dije.
Ve a llamar a tu mamá, ¿quieres? Dile que vino José Mazzini de Lima.
Observé que la fórmula peruana para pedir una cosa era diferente : él no quería decir si yo quería ir a llamar a mi mamá, era como si dijera: Quiero que llames a tu mamá con tu consentimiento, pero disentir era imposible.
La voz era rica, plena, suave. No era una voz de argentino. Era como si brotara de algún lugar profundo dentro de él y como si vibrara un poquito en su cuerpo.
¡Vino José Mazzini de Lima!
Abrí la puerta del comedor dijo mi mamá.
Ella se acomodó el pelo y acomodó una silla. Estaba nerviosa: hacía 40 años había llegado el tío Pipotto de Lima justo el día en que se escaparon los chanchos. Ahora este tío y el comedor estaba desordenado,
¡Sacá esos trapos! ¡No servís para nada!
Habitualmente esa observación me irritaba, pero esa vez no me afectó; venía un pariente de Lima y por eso mismo iba a esconder los trapos en un lugar insólito: detrás de un jarrón de porcelana; ojalá que se asomaran un poco.
Finalmente mi mamá salió, ya con cara de recibir visita. La cara de visita era para todos igual: afable, cortés, casi siempre desenvuelta, como si de antemano descontara que iba a recibir un gran placer. Con esa misma cara recibía a una amiga íntima y también a la señora de Bastión, que tenía un hijo mogólico de 40 años y explicaba minuciosamente cómo le cortaba la carne en pedacitos para que no se atragantara. Salió a la calle y dijo:
¿Qué tal? como si lo hubiera visto hace un año. Mi tío de Lima, con la voz un poco emocionada, con un leve matiz de duda para que la emoción fuera después más plena y el encuentro más histórico, le dijo:
Tú eres Emilia, ¿ya?
Y tú José -dijo mi mamá hablando de tú seguramente por contagio. Nunca la había oído hablar de t y pensé que a lo mejor lo haría en otras oportunidades que yo desconocía.
Se abrazaron y José tenía los ojos brillosos. Entonces mi mamá dijo:
A verVos sos hijo de Cayetano.
No dijo-, de Juanito. Cayetano tuvo dos hijos: uno volvió a Italia y el segundo, Marcos
Pero es cierto dijo mi mamá un poco fastidiada porque se había equivocado- ¡Qué tonta! Si sos hermano de
Cuando se estableció bien la filiación, lo invitó al comedor a sentarse en unas sillas duras, altas e incómodas. Mi tío de Lima se sentó sin reparar en ellas como si una silla fuera un obstáculo útil para sentarse, y siguió muy emocionado.
¿Y la tía Teresa? dijo.
No dijo la tía, dijo algo así como la zia. Claro, resulta que era sobrino de mi abuela. Pero mi abuela estaba en su pieza, sentada en su cama rezando, acomodando todas las estampitas como para un solitario y no sabía que había venido un sobrino. Ella acomodaba todas las estampitas sobre la cama, les rezaba y las cambiaba de lugar de acuerdo con algún orden.
Ella rezaba para todos, pero quién sabe si se acordaba de ese sobrino.
Mi mamá dijo:
Un momentito, le voy a avisar. Quedate con el tío José.
El tío José me sonrió y me contó cómo había venido.
Mi mamá no fue alborozada a decirle a mi abuela que había venido José; fue para ver si la abuela tenía las estampitas en orden sobre la frazada y para peinarla. Con el apuro, el peinado y es precipitación, mi abuela no entendía de qué se trataba. Sólo que era alguien de Lima. Mi abuela hizo un gesto como diciendo: Justo ahora. Estaba por la oración de San Francisco. Estaba atrasada en el rezo y ya venía atrasada del día anterior. Además quería estar con cierta majestad en la cama y sentía en ese momento que no tenía ninguna majestad, se sentía un poco débil. Mi mamá le puso colonia y mi abuela revivió. Le pidió a mi mamá que saliera y la dejara sola un minuto para prepararse para la visita. Mi abuela era imperiosa; tenía la nariz larga y afilada y la mandíbula sobresaliente; llevaba la boca siempre apretada y era flaca. Ella decía siempre:
Pónelo cua. Pónelo la. Torna cuesto. Porta vía. Mete cuesto in la. Guarda cua. Tapa il sole. Ve in casa. Prego, levanta la stampa. Sta in calma.
Después entró mi tío de Lima a la pieza de mi abuela, y otra vez la filiación. Con mi abuela fue más largo el asunto; dijo que sí, que comprendía, pero me parece que dijo que entendía porque ya iba para largo. La verdad es que mi abuela, por tratarse de ella, hizo mucha alharaca. Ella también tenía una voz para las visitas y una amabilidad distinta, pero siempre como si el centro fuera ella. Ella sabía que era una anciana venerable que había vivido y trabajado duramente: no esperaba más que laureles y siempre cosechaba laureles y rosas de las visitas. Pero esta vez era diferente: le pidió a mi mamá estar a solas con su sobrino de Lima y mi mamá vio la parte práctica del asunto, que era hacer la comida, mandarme al almacén, etc. Todo esto era normal. Lo que no era normal era lo que se oía desde la pieza de mi abuela. MI abuela lloraba con la voz quebrada, como si le hubiera salido una voz finita, de viejita femenina, con agudos estridentes que nunca le había escuchado.
Se estaba confidenciando. Era una voz de víctima y de prima dona, a veces de pajarito. José le decía tía como si la hubiera visto toda la vida y le preguntaba cosas en italiano con esa voz rica y peruana. MI abuela se había olvidado del italiano en a Argentina y siempre dijo que a ella Italia no le iba ni le venía. El italiano que ella hablaba era un idioma propio, una mezcla, y cuando tena que hablar con unas amigas italianas, decía todo que sí para abreviar, pero la mirad no entendía. Pero ahora con el sobrino ella quería hacerse entender y él le hablaba un italiano perfecto y ella lo entendía. No se oían órdenes ni aseveraciones como de costumbre. A veces parecían lamentos, recuerdos. La voz de él era serena, un poco grave. Oí que mi abuela le preguntó:
¿Il tuo padre vive ancora?
Preguntó con una voz humilde y temerosa, pero ya más en confianza, no con voz amable de visita, sino como si fuera un sobrino que ella viera cada tanto.
No dijo él-, papá falleció en el 50. ¿A ver? Espera. Sí, digo bien, en el 50 porque
Lo dijo en tono neutro, objetivo, como si recordara la fecha de la muerte de un presidente.
Ah dijo medio desconcertada mi abuela-. ¿Y Caetán?
Caetán falleció de joven, cuando la fiebre amarilla, espera, a ver si me equivoco pero no, fue en el 18 sorprendido-. ¿No lo supiste, pues?
¡Emilia, Emilia! dijo mi abuela llamando a grandes voces a mi mamá-. ¡Ha morto Caetán!
Se echó a llorar tapándose la cara con las manos. Yo nunca la había visto llorar a mi abuela. Mi mamá estaba haciendo tallerines y a salsa se estaba por quemar.
Y claro, mamá dijo mi mamá-. ¿No te acordás de que ya avisaron? Yo tengo la idea de que avisaron.
Y le habló por lo bajo a José, diciéndole que a mi abuela le fallaba un poco la memoria. Mi abuela agarró la estampa de San Cayetano; como no veía casi nada hizo un esfuerzo para mirarlo bien a ver si era, y mientras, lloraba, pero no ya con esos sollozos impactantes, sino que se le lloraba.
Después vino otra vez mi tío de Lima a comer a mi casa Ese día habían puesto un mantel de supergala que yo no había visto nunca puesto y la mejor vajilla. Yo jamás había visto todo el despliegue junto. Mi abuela se mostró amable, lo suficiente, y correctamente cariñosa.
Después que mi tío se fue, mi abuela, más imperiosa que de costumbre empezó a decir:
Mételo cua. Guarda cuesto la. Súbito el trapo, ve.
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